viernes, 30 de marzo de 2018

Karma

     Me encuentro en el patio de atrás de mi casa contemplando un árbol, cuando aparece un pequeño escarabajo. Por razones que superan mi entendimiento, lo piso. Inmediatamente empiezo a escuchar ruidos muy fuertes, como de ventiladores, o más bien turbinas. Un escarabajo gigante está elevándose por encima de la medianera de mi vecino y creo que no está precisamente feliz con mi existencia. Antes que llegue a encararme, me adentro en mi casa en busca de un arma. Una vez armado, vuelvo a salir al patio a enfrentar mi destino, pero no encuentro más que escombros de lo que supo ser una vez la medianera, así como también una "montaña" de hippies, todos los cuales están haciendo toda clase de posturas de yoga, observándome.
     Al no poder acomodar mis ideas sobre la desmaterialización de semejante bicho por arte de magia, les pregunto a los hippies si habían visto a dicho monstruo. Sin abandonar aquella extraña "montaña" humana me responden que no habían visto nada. Empiezo a desconfiar de mí mismo y a creer que había sido todo una visión, pero aquellos escombros, el sector de medianera que ya no estaba me afirmaban que todo era real. Me acerco a la medianera, la cruzo, y a mi derecha veo aquel coleóptero gigante yéndose por el pasillo de la casa de mi vecino. Lo señalo con el dedo mirando a los hippies y me dicen "Ah, ese, sí".

viernes, 23 de marzo de 2018

Exposición cultural

     Estoy explorando lo que parece ser una exposición sobre países y datos curiosos. Me acompañan mi madre y mi hermana. Lo primero que vemos es un castillo francés, en el que se aprecia una placa que aclara que ahora los franceses veneran a las princesas. No como antes, que odiaban a Lady Di. El segundo castillo ostenta una placa orgullosamente, que reza ser el país con más técnicos eléctricos por habitante. Intentamos reconocer la bandera, y lo que al principio creíamos que era India, resulta ser Turquía.
     Continuamos y nos encontramos con una exposición sobre la cultura Amish. Hay un profesor que dirige la actuación de sus alumnos y acaban de terminar. Los alumnos merodean un poco, descansan, y el  profesor los vuelve a llamar a sus lugares para recomenzar la función. Un niño, al que parece que le tocó el papel de "Rollo de Fardo", está ofendido y en vez de volver a su lugar, decide acostarse al lado del profesor sin que este se percate. Momentos después, el acto sale mal y el profesor patea el rollo de fardo debido a su frustración. El niño/rollo de fardo sale volando por los aires y cae. El niño enojado, persigue al profesor y lo golpea. El profesor, tanto del susto como por los nervios de haberlo lastimado, no se defiende. El niño no deja de golpearlo hasta que algo los interrumpe. Una mujer saca de un cuarto lleno de telarañas una bicicleta inglesa y se la da al profesor para que huya.
     Ahora ese niño soy yo, y aquel profesor es mi hermano. Trato de decirle que no se vaya. Le grito. Se va a toda velocidad, jugando una carrera con un amigo. No puedo sacarme de la cabeza la imagen de aquella escultura conmemorativa del terrible accidente de mi hermano y su amigo. Ambos están representados sobre sus bicicletas y con sonrisas de felicidad. De inocencia. Agarro otra bicicleta que encuentro y uso todas mis fuerzas para alcanzarlos y decirles que paren. Que no vayan. No puedo alcanzarlos. Se van. Grito. Grito con todo el alma. Me duele el cuerpo. Tiemblo. Lloro. Despierto.

viernes, 16 de marzo de 2018

Película de acción

     Escenas finales de una película de acción: Robin Williams es un asesino y es perseguido nada más y nada menos que por Bruce Willis con la típica cara de serio. Como siempre, Bruce haciendo la suya y demás, parece que lo estuvo persiguiendo sin haber demostrado que era policía/detective/agente de la ley, por lo que en la persecución hay metido un ciudadano común y corriente, el cual persigue, digamos, a ambos.
     El escenario final transcurre entre dos viejos puentes adoquinados, que cruzan un pequeño canal de alguna ciudad europea. De cada lado de uno de los puentes se encuentran Bruce y Robin, mientras que el ciudadano llega último, pasando cerca de Bruce, el cual se cubre debajo de su propio auto con el arma, y termina frenando en el otro puente, para ser recibido por más ciudadanos preocupados, que lo ayudan a bajar de su auto. Entre los ciudadanos aparece Denzel Washington con una esponja de luffa, la cual estira de manera que queda hecha puros hilos, los cuales, por la sonrisa de su cara, asumo que son para intentar reducir o incluso ahorcar a Bruce. Hecho lo cual, emprende una corrida hacia él.  Pero, antes de que ocurra nada aparece Al Leong, también conocido como "El chino que muere", tratando de controlar la manguera de una aspiradora industrial mientras esta vuela por los aires. La manguera termina cayendo al canal, la cual, luego de unos retorcijones vuelve a la superficie y escupe algo que no logro ver qué es, debido a que desaparece rápidamente en la estratósfera. Este hecho que conmueve a los ciudadanos al punto de lanzar vítores y aplausos de felicidad.
     Ahora estoy con la manguera buceando por el fondo del canal, aspirando la suciedad que veo a mi paso. Me encuentro en un principio con piedras y pequeñas cosas sin valor, pero a medida que me voy acercando al puente, empiezo a ver herramientas de trabajo, como ser pinzas, alicates, martillos, inclusive palas y llaves inglesas bien grandes, de las que se usan en los campos petroleros, todo lo cual, voy sacando afuera hasta que ya, habiendo una pila importante de piezas, un vecino entre risas me dice que podría abrir mi propia ferretería.
     Ahora estoy en el medio del canal, pero parado sobre la superficie del agua con una señora que pareciera querer arreglar un lavarropas. Con la aspiradora succiono todo el agua dentro del mismo, mientras una niña parada encima, trata de hacer equilibrio. Al terminar, le digo a la niña que es peligroso lo que hace, que podría caer dentro y quedar atrapada. Luego me quedo contemplando la forma de desagote del lavarropas y empiezo a visualizar una forma para evitar que los niños puedan caer y quedar atrapados ahí.
     Todo termina con la visualización de un laberinto de juguete. De esas cajitas con una bolita metálica dentro y un vidrio en la parte superior para poder ver su recorrido mientras movés la caja.

viernes, 9 de marzo de 2018

¿Paranoia?

     Caminando por la Avenida Vergara de Hurlingham hacia Morón, más precisamente cruzando la esquina del Carrefour, un perro me ladra desde adentro de una de las fábricas. Por toda respuesta a su molesto ladrido, lo escupo. El pequeño montón de saliva incrustado en las rejas no parece inmutarlo y me sigue ladrando. Lo vuelvo a escupir e inmediatamente siento que alguien me puede haber visto. Amago a mirar hacia atrás, pero decido mejor correr. Corro. No llego a hacer cien metros cuando un tipo, con la cara tapada por un gorro y la remera levantada hasta por encima de la nariz, me mira fijo. Desacelero y me pongo a trotar. Dudo. Termino pasando caminando por al lado sin que me haya sacado los ojos de encima. Creo que lo conozco, pero prefiero no pensar y seguir caminando. Súbitamente pego un salto y me giro completamente a la vez que levanto la mano a sabiendas que venía el colectivo. Ahí estaba. El 390 frena y su colectivero espera a que pague. La máquina está en la misma parada de colectivo, como si fuera un cajero automático. Saco un trozo de cable amarillo de unos cinco centímetros que tenía en el bolsillo e intento introducirlo en la máquina, pero no termino de hacerlo porque recuerdo que el boleto ya no sale 1,25 sino 8,25. Grito "Cyka Blyat" y otras tantas puteadas en ruso. El colectivero entiende que no voy a subir y se va. Ni bien se va, recuerdo que tenía la SUBE e incluso estaba cargada.
     Estoy en el colectivo. El mismo está lleno de bebes y nenes de entre dos y cinco años. Hay uno vanagloriándose por algo que hizo, diciéndole a otro, que parece como si hubiese perdido una apuesta o algo similar, que le de las gracias y que le diga Mi-hi (¿Mee-Hee?). El otro lo dice y todos ríen. En el fondo veo ex compañeras del colegio con malas caras hablando mal de los niños, pidiendo que los metan en algún lado, abajo del colectivo. Yo les respondo que sería posible sólo de existir un "abajo". Todos ríen.

viernes, 2 de marzo de 2018

Surfeando sobre un Quebracho

     Estoy de viaje por el Sur, caminando solo, por lo que sería la costa de algún lugar de Río Negro o Chubut, cuando aparece mi ex con un tipo. Intercambiamos pocas palabras y se van. De un momento a otro el clima se torna violento, con fuertes vientos y una marea indomable. Me acerco a la orilla y comienzo a adentrarme al mar hasta que pierdo el dominio de mi caminar. El mar me quiere tragar y llevarme a los confines del océano. Cuando logro soltarme de él, se enoja y se se aleja ofendido augurando un inminente maremoto. Encuentro a mis pies un tronco de quebracho partido en dos. Levanto la parte más larga y empiezo a correr a encontrarme con la gran ola que viene furiosa, para poder barrenarla. Lo logro. Estoy en la cresta de la ola. Sobrepasamos la playa y nos adentramos a tierra. Llegamos a una ciudad y la ola empieza a perder fuerza, a decrecer. Veo una escuela y me bajo del quebracho, sin evitar que el mismo continúe su trayectoria e impacte en una puerta, atravesándola y terminando incrustado en una pared. Me acerco y veo a mi gato Décimo durmiendo a pocos metros. Comprendo que por poco podría haberlo matado. Inmediatamente después, escucho, o presiento, que alguien viene y me apuro a limpiar el desastre.
     Ahora yo dejo de "ser" y es una caricatura de un gordo picarón. El gordo saca afuera de la escuela, que ya no es escuela sino una tienda, un cadáver. Lo levanta y lo moldea para que aparente ser un maniquí. La escena empieza a deslizarse hacia a la izquierda y hay más tiendas, todas con el mismo gordo picarón. Ahora una persona entra a la tienda y deja de ser un dibujo animado. El gordo ahora es un amigo de mi hermano, que intenta venderle un producto a base de un 4% de frutillas, que el comprador claramente no quiere. Lo persigue y presiona a que lo compre, dando vueltas alrededor de una góndola, insistiendo que es lo mejor del mercado y que debe comprarlo. La cámara que todo lo ve ahora soy yo, es decir, en primera persona. Le digo al comprador que en otra tienda hay un producto mejor, y con más porcentaje de frutillas. El tipo se va y le digo al vendedor que de esa manera no va a lograr un buen negocio. Que acaba de perder un cliente, o mejor dicho, dos.