viernes, 10 de agosto de 2018

Entes de la noche

     Llevo en cada brazo bolsas de residuo negras, grandes. No estoy seguro de estar recreando el acto del buen ciudadano promedio de sacar la basura afuera, porque no las dejo en ningún canasto, sino que las apoyo en el suelo, a la salida de un edificio. Las dejo ahí, cruzo a la vereda de enfrente y me siento. Ahí me quedo, sentado y esperando algo. Empiezo a creer que nuevamente soy un criminal y que estoy tramando algo, porque otra razón no le veo al haber dejado dos bolsas de residuo llenas de algo que desconozco, en frente de la puerta de un edificio, para luego sentarme a pocos metros, en la vereda de enfrente a esperar.
     Pero no, no lo soy, o tal vez sí y no llego a concretar mis oscuros planes. Algo, o alguien, pasa
a una velocidad increíble por los tejados de ese edificio y se adentra por una ventana. Me levanto y... ¿Tiro un pucho al piso? ¿Estaba fumando? ¿Quién mierdas soy?.
     Me adentro rápido a la morada de lo que parece ser un grupo de nerds de alguna universidad. Están todos en sus habitaciones o bien leyendo o bien frente a una computadora con auriculares. Nadie parece haberse percatado de que un ente entró a su círculo, o más bien dos, porque dudo mucho que alguno de aquellos pánfilos me hubiese dejado entrar de haberme presentado formalmente.
     Correteo por un pasillo y sigo viendo un bobo tras otro, completamente aislados mentalmente de este cosmos. Llego a una cocina y por fin alguien con los pies en la tierra me ve y entiende de qué va la cosa. Me señala a mi izquierda y lo encuentro.
     Es un drogadicto, también con auriculares. Remera amarilla con escritos verdes. Altura media. Mirada perdida. Enojado. Me señala. Señala al pibe. Nos amenaza con palabras incongruentes. Hago un vistazo panorámico rápido para asegurarme de que esté lejos de cualquier cosa filosa de la cocina. No me apasiona forcejear contra un loco con un cuchillo. Miro al pibe en busca de alguna respuesta, pero nada. El demente termina abalanzándose sobre mí, pero logro espabilarme a tiempo para agarrarlo y torcerle el brazo por detrás suyo.
     Ahora el que amenaza soy yo. Él sabe algo que necesito saber y empiezo a torcerle más el brazo para que hable. Nada. Hago más fuerza. Grita de dolor. Despierto.

viernes, 3 de agosto de 2018

El Gran Escape

     Hoy es Ramadán y estoy en algún país árabe que lo practica. O se festeja el Yom Kippur y estoy en Israel. O se festeja el Quingming y estoy en China. ¿Hace falta aclarar que no tengo idea donde estoy?
     Tengo hambre y no tengo qué comer debido a que me estoy alojando en un Hotel en dicho país que está apagado. Salgo en busca de alimento. La ciudad parece haber sido construida en una playa. Las manzanas son médanos con construcciones en su interior. En una esquina, empiezo a escarbar como poseído, lo que hace las veces de la puerta de una tienda, que por razones de religión está cerrada. Cuando termino de sacar la arena de la entrada me encuentro con la mirada ¿Enojada? fija de un Cuy. Pienso que se encuentra hibernando, por lo que vuelvo a tapar toda la entrada rápidamente y salgo corriendo asustado de esa calle.
     Cuando me estoy alejando, por fin encuentro otro transeúnte. Pero en vez de ir directo a preguntarle qué se puede hacer en ese día, le paso por al lado caminando y lo asusto con morisquetas. Una vez que capto su atención no llego a preguntarle nada porque él me ataca antes con preguntas sobre un libro. Es un japonés que también está hospedándose en el mismo Hotel y parece culto. Me entretengo hablando con él y le termino prometiendo que le iba a averiguar lo que él andaba buscando.
     Estoy nuevamente en el Hotel junto a Juliette Binoche. Debo estar preguntándole respecto a ese Libro. En medio de la charla tengo un sueño. Veo muchos figuras como de Clemente, el personaje de Caloi, sosteniendo en su boca cuerdas de lo que sería un globo aerostático, que apenas despega de la superficie. Están escapando de alguien o de algún lugar. La huida la hacen por el mar, y muchos Clementitos están debajo del agua sosteniendo esa cuerda. El aerostático no parece elevarse mucho en su armónico trayecto fuera de esas tierras.
     Parece que alguien se les acerca. Hay pánico entre los Clementitos. Es un niño. Cuando aquellas criaturas ya están poniendo cara de derrota, el niño se dirige al que se asemeja al líder y le dice algo al oído. Ahora todos están contentos y el aerostático empieza a elevarse. Todos los seres logran escapar volando con su aparatejo. El niño le había avisado que uno de ellos, que estaba sumergido, se estaba ahogando.
     Salgo de ese trance. Le cuento el sueño a Juliette. Me escucha atentamente todo y me mira con lágrimas en los ojos. Final obvio. Terminamos besándonos.