viernes, 30 de noviembre de 2018

Japoneses

     Un amigo que coloca aire-acondicionados tiene que hacer unos retoques en el que colocó en nuestra casa. Estoy debajo del aire mirándolo trabajar, en caso de que necesite una mano. El aparato, que en un principio estaba encima mío a, como mucho, dos metros de altura, ahora está como a diez metros. Mi amigo está usando una hidrogrúa para alcanzar esa altura. La misma no tiene baranda, y él está usando las dos manos para manejar un soplete, que por alguna razón tiene que usar para arreglar el desperfecto.
     Desde abajo veo toda la escena con un terrible cagaso, porque al menor descuido, nada impide que la distancia entre el piso y mi amigo se acorte en un parpadeo. Mientras miro el cielo, veo cómo un avión es derribado por los japoneses. Era un B-29 que pasaba para tirarnos provisiones. Hace varios meses que nos tienen prisioneros, y es la cuarta vez que intento escapar. Mientras maldigo para mis adentros por mi mala fortuna, ya que ese derribo no va a hacer otra cosa que alertar a todos y que mi escape sea descubierto mucho antes de lo planeado, empiezo a pensar qué hacer. Uno de mis compañeros de fuga es Neil Armstrong, y sé que dentro de veinte años va a hacer algo importante, por lo que una mala decisión mía puede alterar eventos en el futuro.
     Volvemos al campo, pasando primero por el hangar japonés en busca de alguna provisión extra que hayan dejado olvidada en sus constantes despegues. Cuando llegamos por fin a nuestros barracones, el oficial inglés está completamente decepcionado.
     No llego a dar mis explicaciones que estoy viendo cómo un amigo del colegio pone fajos de billetes en una bolsa. Me explica que es para pagar a un cliente, y que su viejo lo obliga a hacer esos pagos por correo. Que es la forma más simple de hacer lo que él llama transacciones, sin que intervenga ningún banco, ni nada, que siempre se llevan una parte.
     Me quedo afuera de de las oficinas del correo mientras él entra a despachar la bolsa. A los pocos minutos escucho que está puteando a algún empleado. Creo escuchar que no le pueden despachar la bolsa, que le piden hacer algún papeleo, llenar formulario, ni idea, seguro alguna pelotudez burocrática, y mi amigo está a las puteadas. Cuando escucho que insulta a unos guardias de seguridad, decido entrar para frenarles el carro, que esos hijos de puta aprovechan cualquier oportunidad para hacer catarsis con cualquier cliente.
     Al entrar ya lo tienen entre dos y se lo están llevando. Voy corriendo y tiro abajo la puerta del pasillo por el cual acababan de entrar. Las siguientes imágenes son muy confusas. Soy una mujer y estoy tirada en el piso  llena de cristales rotos, probablemente de la puerta que acabo de romper. Estoy dentro de una habitación, como si también me hubiesen agarrado a mí los guardias. Escucho un revuelo del otro lado de una de las paredes. Parecen mujeres en su mayoría, enojadas por lo que acaba de pasar. La pared es tirada abajo, y cuando se disipa el polvo de los escombros, veo que están todas con las manos levantadas y con los dedos apuntando a lo que minutos antes era una pared, y ninguna tiene uñas. Como si hubiesen "disparado" las uñas en simultáneo para destruir la pared.