viernes, 1 de junio de 2018

Niños eternos

     A mitad de la noche, por las calles de una ciudad tropical, estoy caminando hacia un Bar. Adentrándome al mismo, me encuentro con un grupete de gorditos acorralando una mesa con sus rechonchos cuerpos. Están hablando sobre la última película de Terry Gilliam sobre Don Quijote.
     Por una de las ventanas laterales de aquel extraño Bar puedo ver al mismo Gilliam bajo la luz de una farola, sentado en la vereda.
     El que atiende a los sujetos que no dejan en paz a la pobre mesa, dice ser amigo del director, y les pregunta si quieren colaborar con el plan para asesinar a Zapatero. Por toda respuesta me miran a mí, como si yo fuese el jefe. Me dicen que parezco Lord Fancis, pero con ropa de camboyano.
     Ahora es una mujer la que me está diciendo eso, y detrás de ella y a mi alrededor está la inmensidad del mar. Estoy, supongo, en alguna playa de Camboya.
     No termino de entender qué estoy haciendo ahí o quién es la mujer, cuando cae un niño del cielo, y luego otro, y luego otro. Los niños son recogidos por gente del lugar y por aquella mujer también, que ahora tiene uno en brazos.
     Mirando el cielo logro ver una especie de bolsa deshecha, grande como un globo aerostático. Como si hubieran llegado a las cercanías de la playa dentro de eso y caído a último momento.
     Ahora la gente reunida, debate qué hacer con ellos. La mujer decide quedarse con el que lleva en brazos y llevárselo a su casa. Mi hermano Nicolás le pide que lo deje acompañarla, pero ella no quiere y le cierra la puerta del salón (me olvidé de decir que ahora la playa era un salón) en la cara.
     Cuando mi hermano está viniendo hacia donde yo me encontraba, cabizbajo, escuchamos una hermosa melodía saliendo de otra habitación. Al abrir la puerta, los otros dos niños estaban tocando el piano.

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