lunes, 28 de febrero de 2011

Salto

Líneas horizontales... faltaba una... la tercera de izquierda a derecha. Se tapó con una cinta y apareció el tren. Avanzaba velozmente, lamiendo los rieles de unos altas estructuras. Encontró su camada y se mezcló con ella camino al Oeste.
Ahí estaba el anciano mirando con recelo su plateada pecera burbujeante. Eran los años cuarenta y esa pecera no debía existir... tenía demasiado valor en su fondo. Miré al anciano y ya era un joven como yo. Le pregunté de donde la había sacado y por respuesta me clavó sus ojos. Desvié la mirada y me concentré en las burbujas. Nada, algo, pequeñitas, un poco más, medianas, grandes, aire, nada, algo, pequeñitas, un poco más, medianas grandes, nada, algo, pequeñitas, medianas, Sarajevo.
Era de noche y en la estación ferroviaria no había buena iluminación. Me acerqué a la pared más cercana y traté de leer o entender esas letras amorfas. Solo pude ver la fecha. Era el segundo día de septiembre de dos mil diecinueve o de dos mil nueve.
No importaba la exactitud de la fecha. El tren venía a toda velocidad y yo sabía lo que iba a pasar. Corrí desesperadamente hacia los pasillos, casi me salían lágrimas de los ojos. En verdad lo sabía y no creía que iba a poder salvarme, seguí corriendo. Corrí, corrí hasta que sentí el temblor, seguido de ese ruido característico. Ese ruido que uno bien conoce, que espera o no, pero que sabe, será el último. Llegué a tirarme de cabeza adentro de un inodoro antes de ver aquella llama casi blanca, iluminando todo a su paso.

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